Compasión y Mindfulness

 

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En los últimos días, me he topado con la práctica de la compasión en varias ocasiones. Por ello, a raíz de esos encuentros en primera persona, he estado observando cómo la vida cotidiana (que no es sino otra manera de llamar a la vida), está llena de oportunidades para poner en práctica esta bella manera humana de querer aliviar el sufrimiento propio y ajeno, al que llamamos compasión.Sin embargo, que la vida esté llena de oportunidades, no significa que sea fácil llevarlo a la práctica. De esto ya te habrás dado cuenta si sueles seguir mi blog, ya que es una de las características del mindfulness el que todo es muy sencillo, y también difícil de aplicar. Por eso hace falta, la intención y sobre todo la paciencia y el entrenamiento.
Hay gente muy experta en la práctica de la compasión, Rossi Joan Halifax es una de ellas, y tuve la suerte de poder realizar un seminario con ella hace unos meses. Me impactaron sus conocimientos, pero sobre todo, me impactó, ella. Rossi es pura presencia, toda ella irradiaba compasión, fruto no de un gran trabajo intelectual llevado a cabo por una mente conceptual, si no por estar en contacto con la experiencia directa del sufrimiento. Su mirada limpia y azul penetró en mi de una forma profunda, y me hizo comprender algunas cosas que antes no podía.

En general, vivimos en una sociedad neurótica, probablemente ya te has dado cuenta. Por un lado es súper violenta, nos lo enseña (educa) a través de las películas, los video juegos de nuestros hijos e hijas, las noticias de los periódicos, del telediario, etc, y por otro lado, resulta muy infantil a la hora de afrontar el verdadero y auténtico sufrimiento, que es el que ninguna/o de nosotras/os podemos evitar. Me refiero a enfermedad, la vejez, la muerte, las pérdidas, el dolor, el miedo, la tristeza…
La compasión es la conexión profunda con el sufrimiento y el deseo también profundo de querer aliviarlo.

Cuando el sufrimiento es de otra persona, con la compasión se pone de manifiesto el significado profundo de la empatía. Se trata de conectar con el sufrimiento de la otra persona, pero sin dejarnos arrastrar ni arrasar por él, y por supuesto, con el deseo profundo de querer aliviarlo. Se trata de abrir un espacio (interior) para poder estar y contener ese dolor, sin asumirlo como propio.
Claro, enseguida aparecen los obstáculos, pero hoy voy a centrarme en uno, que para mi, es difícil de trabajar y con el que he tenido últimamente experiencia directa. Este obstáculo es consecuencia directa en mi modesta opinión, de este no querer ver, o mirar para otro lado, anestesiándonos cada cuál a su manera. Me refiero a la pena. Huimos del sufrimiento porque lo mezclamos con la pena. La pena es un gran obstáculo para aliviar el sufrimiento de alguien. La auténtica compasión no lleva pena, está llena de motivación, de comprensión, de empatía, pero no de pena. La pena la ponemos nosotros, pero la otra persona no necesita nuestra pena, necesita nuestro apoyo. La compasión surge al abrir espacio a ese sufrimiento, siendo su testigo, no hay que hacer nada, la mayoría de las veces, escuchar profundamente y estar presente. Luego, ya veremos si podemos hacer algo o no, pero eso es otro paso. Cuando el dolor viene de un ser querido, mantener ese espacio es complicado. Nuestra educación y en mi, supongo que influye mi condición de mujer, que ha aprendido el cuidado de los otros, crea una inercia de “consuelo” que no siempre es conveniente porque impide que el dolor se exprese y luego también, es muy difícil no hacer tuyo ese dolor y dejarte invadir por él. Pero este es precisamente el reto de la compasión. Yo estoy orgullosa porque lo he podido poner en práctica recientemente y sí, el resultado es poderoso y beneficioso para la otra persona y en este caso también para mi.

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